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CUERPOS PARTIDOS (2015)


Exposición individual. Galería Anselmo. Buenos Aires, Argentina
 

Migraciones en torno a lo biótico.
por Federico Falco

En sus trabajos de los últimos años, Guadalupe Ortega Blasco exploró primero, desde una intimidad vital con la materia y sus pulsiones, el verde de lo vegetal como estado, como modo de ser y de permanecer en el mundo. Después, lentamente, se fue corriendo –gracias al rojo punzó y sanguinario de su paleta- hacia una hibridación casi transgénica: órganos latiendo en una oscuridad que podía ser la de la caja torácica de un animal salvaje o la del gineceo de una flor rellena de polen.

Ahora, como una parada más en esta migración en torno a lo biótico, le toca el turno al cuerpo humano y a la luz que sobre él se refleja.

Por que si antes la mirada tenía algo de sonda exploradora que ingresaba en lo oscuro para iluminar con una mínima llama el brillo de los tejidos húmedos, ahora, casi por primera vez, aparece la piel, aparece el mirar desde afuera.

Los colores de estos grandes lienzos se suavizan, van hacia los rosados y los amarillos de la dermis y parecieran postularla como un límite, el límite necesario para que dentro exista la cálida noche de la sangre pulsando en paz, los movimientos sinuosos del entrecasa corporal.

El límite, también, que define que algo es algo, que le da un encierro sobre sí mismo que lo vuelve entidad.

Sólo que en esta nueva serie de pinturas, Guadalupe mira desde afuera, pero con una cercanía extrema: sus campos de color magnifican la profundidad de lo que está detrás, lo que late debajo de ese límite que, al mismo tiempo es lienzo y es cutis.

En la textura y la materialidad del óleo, lo profundo se entrevé –o se intuye- como sostén, como estructura que apuntala, como masa que sustenta y da volumen a la imagen y al cuerpo. Y es la luz la que, rasante o directa, revela las pequeñas sombras que venas, glándulas y tendones enterrados alzan sobre la superficie de estos seres en plano detalle, la que les saca un brillo tan de aceite como de sudor.

El recorte, mientras tanto, nos los esconde. La figura humana, la funcionalidad de cada miembro, los ojos que podrían desde el bastidor reflejar los nuestros, todo eso se nos niega. Sólo accedemos al rectángulo de la muestra microscópica, del recorte agudo y misterioso, un cuerpo tal vez partido para ser viviseccionado hasta el hartazgo, tal vez partido por nunca llegar a ser cerrado y completo, tal vez partido por ser sólo parte: lo que entra dentro del marco cuando el marco se apoya sobre la piel.

Nunca vemos la grieta pero de verla ¿sería herida, cicatriz u ombligo?

El lugar donde el límite se parte puede ser la marca de una fuga –un cuerpo ya abandonado, partido por ido, por ser puro desecho- o puede ser el pequeño tajo por donde se le insufló el aliento.

La pregunta, entonces, sería si a lo que asistimos es a las notas de un cuaderno de campo, los apuntes de un explorador intentando capturar la mímesis de un espasmo nervioso o, más bien, si lo que vemos son los frutos que dejó tras de sí un demiurgo enamorado de su barro, los gestos, las intuiciones de alguien que donó a la tela su sensibilidad en pura búsqueda de generar lo vivo.

Mi sensación es que, detrás de estas que a primera vista podrían ser abstracciones, algo tirita. Con cada pincelada, siento, se sopló allí adentro.

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